
Ha bastado tan sólo una convocatoria individual a la colectividad a través de internet (esa heramienta que tan bien utilizan todos los jóvenes del mundo y que cada vez más diferencia a las generaciones) para reunir en la Plaza de la Liberación de El Cairo (hermoso nombre del simbolismo que persiguen) a miles y miles de esforzados ciudadanos y ciudadanas que anhelan, con la urgencia del tiempo que se les escapa entre los dedos de las manos, una transición pacífica.
Las dictaduras (de derechas o de izquierdas), los totalitarismos, tienen los días contados. Las transiciones, en la globalidad del momento que nos ocupa, han de ser coherentemente pacíficas. Sin embargo, habrá aún quienes se resistan y ensucien (mucho más de lo que ya las tienen) las manos de la sangre inocente de los pacíficos.
DICTADORES
Hay vidas
que nos cuestan muchas vidas.
Son vidas
que se nutren de soberbia
de daño y de temor.
Son vidas de violencia
en la alborada
y de miedos cada puesta de sol;
de tiros en la nuca
por la espalda
-capaces de las aberraciones
más impensables-;
de muertes en las manos
manchadas de sangre;
de ordeno y mando.
Son vidas
que nos rasgan las entrañas
y nos sacan de quicio
en la libertad más sincera;
que nos llenan de ira
la sonrisa y la palabra,
y nos tornan violentos
sin querer.
Son vidas
que se esconden en el tumulto
-cobardes sin las armas
en las manos-
y que minan pensamientos
y democracias
a golpes.
Son vidas
que no dejan espacios
a su marcha.
¡Hay vidas
que nos cuestan tantas vidas!
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