VI
No existía la costumbre del diálogo.
La vida era inercia a la velocidad.
Y el silencio carcomía el interior
de los hombres.
En tardes de solaz
añoraba a los clásicos
deambulando el ágora del tiempo
en un discurso sin fin,
donde cualquiera podía aportar su diatriba
sabiendo de antemano
que sería escuchada y debatida.
Nos faltaba el momento
para ser nosotros.
Hubiese sido mejor cultivar el espíritu
que acaparar abundancias
que sólo satisfarían nuestras necesidades
el solo instante de ser conseguidas.
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